Una derrota o pérdida no constituye un fracaso. De esos momentos es que aprendemos a resurgir de la mano poderosa de Dios. Podrás haber sentido el peso de esa pérdida en dolor pero por medio de esta entiendes lo frágil que eres sin Dios y lo mucho que lo necesitas para que pelee tus batallas. Sin El nada somos, ni seremos. Con El y en El todo podemos.
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