(Hechos 7:55-56)
“Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: «Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios».”
Esteban no quitó su mirada del enfoque correcto. Pudo haber mirado sus circunstancias, pudo haber mirado a aquellos que estaban prestos para apedrearlo, pudo haber mirado lo negativo de su situación, pudo haber mirado lo insignificante que pudiese parecer ante esas personas de gran liderazgo, posición y poder; pero Esteban lleno del Espíritu Santo miró al cielo, vio cielos abiertos, cielos dispuestos a mostrarles algo sobrenatural, una visión más allá de todo entendimiento lógico, natural y razonable para otros ojos inclusive para aquellos que decían defender la ley de Dios.
Esteban puso su mirada en los cielos y vio claramente la gloria de Dios en todo Su esplendor. Vio lo que ojos naturales o carnales no pueden ver; vio lo que aquellos conocedores de la letra no podían reconocer y aceptar. Esteban vio y reconoció a Dios en todo Su esplendor. Las puertas celestiales se abrían de par en par a él. El Espíritu Santo a pesar de sus circunstancias en ese momento hacia que él pudiese regocijarse en el Señor.
Esteban podía a pesar del apedreamiento sentir el peso de gloria de Dios que era mayor que su dolor y regocijarse en El. Es por eso que es necesario quitar la mirada de lo natural y enfocarnos en lo correcto que es en lo espiritual para que los cielos se abran y podamos ver la total gloria de Dios manifestada en lo natural, manifestada en nosotros. Aunque esa gloria manifestada no todos puedan comprenderla. Es que hay que poner los ojos donde los puso Esteban.
¡Cielos abiertos, yo veo cielos abiertos! ¿Qué ves tú?
No hay comentarios:
Publicar un comentario