viernes, 4 de mayo de 2012

Jesucristo nos mira con otros ojos



¿Qué vio en esos ojos? ¿Qué pudo conmoverlo a mirarla y no ignorarla? 
Ahí estaba esta mujer lanzada en el peor lugar; en el lugar más bajo de todos: en el suelo. 

Un cerco de acusadores señalaban todos hacia su dirección. Esperaban con ansias el poder tomar la determinación aplicable por la ley de Moisés: apedrearla hasta verla muerta. Querían poner todo el peso de su justicia “intachable” sobre la cabeza de esta mujer, de esta persona, de cualquier persona que parecía menos justa delante de los ojos de ellos.


Pero, ¿qué fue lo que vio Jesús en ella? ¿Por qué no pudo obviar su presencia y pudo hablarle? Pareciese que en el estado que ella estaba lo menos que se podía hacer dentro de los parámetros de esa sociedad era hablarle. El calculado y medido valor de esta mujer en base a los criterios de ese sector de Fariseos y escribas era uno nulo, ninguno, nada, no valía nada en ese momento… Tan es así que apedrearla era algo que le hubiese provocado un despertar de satisfacción personal.

Pero Él no lo hizo. No pudo negarse a sí mismo.

“Si fuéremos infieles, él permanece fiel;
El no puede negarse a sí mismo.”
(2 Timoteo 2:13) (RVR 1960)

Hay algo de este clase de comportamiento que nos deja anonadados, es la clase de respuesta que no esperaríamos de un Dios que pensamos debe ser justo. ¿Practicó injusticia al simplemente extender Su misericordia a esta mujer? Diría que de ninguna manera dejó de ser justo, dentro de Su justicia está también la misericordia.
Él deja claramente expresado en Su palabra:

“Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.”
(Romanos 9:15) (RVR 1960)

¡Oh, cuánta bondad en esas palabras! Jesús sabía a quién aplicarle la misericordia y por quien compadecerse. Pudiese haber sacado en el momento que le trajeron a esta mujer la balanza de la justicia más severa y punitiva, siendo Él Dios, pero Él decidió tener misericordia de quien quiso tener misericordia. En ese momento le tocaba a esa mujer, a esa que otros querían asesinar, a esa que aquellos Fariseos no encontraban digna ni de dirigirle una palabra. Esa mujer fue digna de la mirada de Jesús,

“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”
(Juan 8:10-11) (RVR 1960)

No viendo a nadie sino a la mujer…

Pudiesen alegarme: es que todos soltaron las piedras y se fueron con la respuesta dada por Jesús de “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. La realidad es que Jesús pudo mirar a los Fariseos y escribas también más sin embargo, Él se inclinó a escribir al suelo.

“Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Más esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.”
(Juan 8:3-6)

Jesús inclinado hacia el suelo…

Obviaba Él con este acto las miradas acusatorias de los Fariseos y escribas. Encerrado en ese acto hay un misterio, misterio porque no sabemos que escribió en el suelo, pero también vemos una gran revelación. Jesús se inclinó hacia donde estaba la mujer en el suelo, se inclinó hacia donde ella estaba. Vemos que ella dentro de la escala de valorización de esos Fariseos y escribas estaba en el nivel más bajo pero la escala de valor de Jesús era completamente distinta a la de ellos. Él con actos demostró no tan solo misericordia sino que se bajó de Su sitial hasta llegar a donde ella. Esto se repite nuevamente en la Cruz del Calvario cuando Él se humilló en lo sumo (Filipenses 2:8) para que nosotros fuésemos luego de aceptar Su entrega y el regalo de salvación resucitados con El y justificados por medio de Él. Un acto de gracia arropaba este acto, un acto que ha sido recordado por futuras generaciones y a la vez olvidado.

¡Cuántas veces miramos con los ojos de Fariseos y escribas! ¡Cuántas veces en vez de inclinarnos como hizo Jesús hacia el necesitado nos paramos en el pedestal del orgullo con piedra en mano para apedrear a todo el que no esté alineado a nuestra escala máxima de justicia “intachable”! ¡Cuántas veces dejamos de mirar a las personas como las miraría Jesús! ¡Cuánta falta de misericordia y compasión!

Caminamos por las calles y tal vez miramos a aquél drogadicto con desdén, a aquella prostituta con juicio, a aquél deambulante con enajenación. Hacemos acepción de personas de a quienes les compartiremos el Evangelio. No le hacemos justicia al Evangelio cuando pretendemos tal como hicieron los Fariseos y escribas justificar la acepción, discriminación y falta de misericordia por esas almas. ¡Oh cuantas piedras deberíamos soltar de nuestras manos! ¡Cuántas piedras de juicio deberíamos soltar para poder hacer la real encomienda tal como quiere Jesús!

“pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.”
(Santiago 2:9) (RVR 1960)

No nos condenemos a nosotros mismos por faltar a la ley, teniendo falta de misericordia para con el prójimo que la necesita. Si Jesús mismo se inclinó y puso Su mirada de gracia, amor y misericordia en esa mujer, ¿por qué nosotros no podemos repetir la gesta con nuestro prójimo?, ¿por qué nos cuesta en acciones representar como reales Embajadores de la palabra a Cristo? No es solamente conocer la palabra sino vivirla, sino respirarla, sino alimentarnos de ella, y a su vez compartir la misma con todos, con todos sin que quede alguno sin conocer el regalo más valioso que nos ofrece Jesús.

Es que Jesucristo miró con otros ojos...

Nos miró con ojos de amor.
Nos miró con ojos de misericordia.
Nos miró con ojos de compasión.
Nos miró con ojos de ternura.
Nos miró pudiendo ignorarnos.
Nos miró pudiendo obviarnos.
Nos miró pudiendo condenarnos.
No nos condenó sino que nos regaló Su gracia
para que libremente pudiésemos caminar
sabiendo que ya no somos lo que éramos.
Ahora estamos cubiertos por la mirada del gran ROI,
que ve lo más escondido de nuestro corazón;
y por Su sangre fuimos restaurados, sanados,
libertados y somos justificados.

¿Con qué ojos miraremos ahora a otros?

Quiero mirar con los ojos de Él y poder decir como dijo Pedro:
“…En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas”
(Hechos 10:34)

Ahora, caminando por mi comunidad me he topado con los ojos de un drogadicto, veo muchas cosas en estos ojos y quiero mirarlo como lo miraría Jesús porque ahí hay un alma con hambruna de Cristo, y esa hambre debe ser saciada.

Compartamos el Evangelio con los que necesitan ser sanados internamente con el toque de los frutos del Espíritu Santo depositados en nosotros. Tenemos un regalo en nuestras manos, vamos a dar por gracia lo que por gracia hemos recibido. Vamos a compartir lo que conocemos de Jesús con amor. Te miro con los ojos de Jesús.

¡Cuánta misericordia puedo emanar si te miro con esos ojos!  

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