martes, 12 de abril de 2011

La piedra

David era un chico común y humilde que se encontró con una situación en donde tenía que tomar una importante decisión. Se topó con un gigante filisteo llamado Goliat que a gritos se burlaba del pueblo de Dios invitando a uno de los del pueblo para guerrear en contra de él pero nadie del pueblo respondía ya que el pueblo entero sentía miedo. Nadie del pueblo se atrevía enfrentar a ese gigante. ¿Sería porque no reconocían realmente el poderío de Dios? ¿Sería porque pensaban que ese gigante eres más poderoso que al Dios que le servían? ¿Sería porque se dejaron llevar por lo que tenían delante de su vista? 

Lo que sí sabemos de este relato bíblico es que David, el chico común y humilde miró esta situación como una invitación para que Dios se glorificara en El. Sí, mientras los demás del pueblo de Dios veían a este gigante como uno que los intimidaba y los hacía sentir como insectos de pequeños, David encontró en esa situación algo más. Podemos pensar que es que David tenía algo que a ese pueblo le carecía en ese momento. Tal vez, David veía algo que ese pueblo no veía. Pero, ¿qué tenía David?, ¿qué veía David?

Lo primero es que vemos en David un chico que sabía a quien le servía y sabiendo a quien le servía podía conocer a plenitud la identidad que Dios delegaba en El como hijo. Sabiendo su identidad como hijo lo hacía capaz de entender quién era quien lo acompañaba día a día y quién era que le protegía en todo momento. David sabía que Dios como buen Padre nunca lo defraudaría. El pueblo en ese momento perdío de vista la identidad que tenían como hijos de un Padre Celestial y comenzaron a enfocarse en la magnitud y grandeza de ese gigante. 

¿Cuántos nos olvidamos que Dios es nuestro Padre y que somos hijos de un Poderoso Rey que nos cubre con alas de amor? Cuando eso pasa le damos paso al miedo, al temor y a la duda. Ese pueblo en ese momento se olvidó de quien era su Padre y se sentían huérfanos. Más bien huérfanos de algo necesario que todo cristiano necesita para vencer sus gigantes. A lo mejor el pueblo solo veía en David este chico humilde con una honda y piedra, y pensaban: "¡Pobre muchacho que iluso en pensar que con una piedra podrá vencer!". ¿Cuántas veces nos vemos enfrentando situaciones que parecen gigantes y pensamos que sería iluso pensar que venceríamos?


Pero David estaba viendo otra cosa. David se encomendó a Su Padre celestial sabiendo que este no le fallaría. Mientras el pueblo se fijaba en la piedra y la honda; y en ese poderoso gigante; David ponía su mirada fija en Dios y toda su plena confianza en El sabiendo que por fe la victoria sería dada. El gigante cayó por el golpe de esa piedra así pensaría el pueblo pero no fue la piedra, no fue la honda, fue la fe en Dios la que derribó a ese gigante.  Esa fe movilizó a Dios a ejecutar un milagro dándole fuerzas y valentía a David delante de aquellos que carecían de esa visión de fe y esa fe lo que hizo fue conmover a Dios a actuar en favor de quien poseía la misma. Así Dios se glorificó grandemente delante de  sus enemigos y dejó claro quien era El como Padre. ¿Sabes de donde viene tu fuerza? ¿Sabes de donde viene ese milagro? Tus fuerzas vienen de Dios y ese milagro es provocado por medio de la fe en El.


¿Cuántos le huímos a gigantes porque pensamos que no podremos vencer? ¿Cuántos pueden decir hoy que son como David y que saben que sus fuerzas vienen de Dios que no es la piedra ni la honda sino la fe la que hace que el milagro surja?


Hoy a tí te digo, haz como David y derriba todos tus gigantes con la piedra de la fe en Dios que sirve de honda para propulsar que los milagros sucedan.





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